La Autoridad Secuestra a Georges Brassac, Presidente de Asociaciones Civiles por la Paz

“Narraremos los hechos del secuestro de Georges Brassac, un hombre de paz, comprometido con proyectos humanitarios para México y el mundo… un hombre que fue secuestrado. Esta no es solo una historia personal, es un reflejo de una realidad que no debería existir en nuestro país.”

“Georges Brassac, presidente de la Asociación Civil por la Paz, luchaba por construir puentes de entendimiento, por unir a las personas bajo los principios de la justicia y los derechos humanos. Sin embargo, fue víctima de un acto que contradice todo aquello por lo que dedicó su vida.”

“Un país que busca justicia no puede pretender que todo está bien mientras permite eventos como este. ¿Cómo puede un gobierno hablar de derechos cuando sus acciones contradicen sus propias palabras? La justicia debe ser para todos, sin importar si eres hombre o mujer. México no puede permitir que estos hechos se repitan.”

“No podemos ser cómplices del silencio. No podemos aceptar que, en pleno siglo XXI, se normalicen actos que violan la dignidad y la libertad de las personas. México debe ser un país que une, que construye bajo los principios de la Agenda 2030 de la ONU, no uno que calla frente a la injusticia.”

“Esto no es solo sobre Georges Brassac. Es sobre todos nosotros. Es sobre el futuro que queremos para nuestros hijos. ¿Qué clase de país queremos dejarles? ¿Uno que permite que la autoridad sea secuestrada? ¿O uno que defiende la verdad y la justicia sin importar el costo?”

“No era una celda. Era una jaula. Me sentía como un animal en un circo, despojado de mi dignidad, de mi voz. Cuando no hay diálogo, hay guerra. Y la violencia nunca debería ser la respuesta.”

“La autoridad ha sido secuestrada. La justicia está en jaque. Pero aún tenemos una voz. Y es hora de usarla.”

El martes por la mañana fui con la magistrada de lo Familiar para declarar y también felicitar a la justicia mexicana. Durante meses, he observado cómo se manejaron los hechos con serenidad y en total libertad para servir a la verdad. Se llegó a la conclusión de que Norma no estaba bien asistida por sus abogados. Le hicieron creer que la casa era suya, y hasta la fecha ella sigue diciendo: "No, pero es mi casa".

Estos jueces decidieron que iba a salir el 29 de enero, pero cuando regresó a casa amenazó, diciendo que los jueces eran corruptos, que el perito era corrupto, que todos estaban corruptos, y vino a amenazarme. Yo, todos los días, le decía: "¿Qué quieres?", pero nunca lo podía decir. No podía decir que quería mi dinero. Entonces, nunca lo decía, nunca decía todo lo que leí.

Pedí a la autoridad que con Norma esto nunca iba a parar y que necesitaba seguridad porque percibía que algo iba a pasar. También avisé que tenía una familia ahora en mi casa: dos adultos mayores y dos niños. Necesitaba el baño que, por naturaleza, estaba dedicado al cuarto que habitaba.

Confirmamos y seguimos confirmando que la conciliación es siempre posible. Revisamos la demanda, se quitaron los documentos falsos de Francia y el dictamen falso de la psicóloga. En las dos secuencias de terapia que vimos, siempre fuimos afectados por la actitud de Norma: sus gritos, sus amenazas, su mala fe. La psicóloga le decía: "Norma, te tienes que retirar cuando pones esa presión, reflexionar y luego regresar a una actitud de pareja".

Ese día, con la magistrada, pensé que ya estaba resuelto. Le dije: "Estoy listo siempre para una conciliación con Norma cuando quite lo que era falso". Pedí también a la autoridad que estaba siempre listo para una conciliación, pero que el diálogo ha sido imposible siempre y que se quedaba sobre el deseo de robarme.

No solo me di cuenta de esto yo solo, sino también con la familia, con Rebeca Pizano de Vector, que piensa que con su dinero lo va a lograr. Tienen siete abogados y decidieron hacer una demanda contra el perito, contra la juez, lo cual pensamos que era fuera de lugar. Solo es ella, ella.

Les avisé que iba solamente a retomar el baño por razón humanitaria y que, claro, ella podía seguir en la suite de 120 metros cuadrados, que era el destino natural del departamento. Entonces, no era una cuestión de despojo; era solo una cuestión de restablecer la habitación natural de ese cuerpo.

De hecho, el día de ayer, mis abogados y amigos pudieron constatar esta realidad. Pero lo veremos. No más, no tiene nada que hacer por la humildad. Emprendí de dar, de manera humanitaria, esa posibilidad a un refugiado que tuvo que huir de su país porque muchos de sus amigos fueron asesinados y tuvo que huir.

Cuando salí, me sentí retomando la libertad. Era muy feliz y sin ninguna maldad. Sin embargo, me llevaron por la fuerza fuera de mi domicilio. Me encerraron en un coche sin saber nada. Lo veremos. Es solamente a las tres de la mañana que supe que era por dos chapas. Dos ridículas chapas.

Me acuerdo de seis policías, pero también de una señora chica. Entonces no sé si eran seis u ocho. Era un escenario digno de la arrestación de un narcotraficante. Surgieron en mi casa y, al parecer, mandaron a mi asistente y su hermana a pasear a los perros, y se introdujeron por sorpresa en mi domicilio.

No pude hacer nada. Me empujaron contra la pared, me pusieron las esposas. Yo pedía: "¿Qué está pasando? ¿Podemos dialogar?", pero fue imposible saber el tema y lo que me imputaban. Estuve encerrado no sé cómo llaman, no me acuerdo bien, pero desde las 4 de la mañana hasta las 11 o 12 horas.

No podía moverme. Estaba pendiente por respeto de los derechos humanos, esperando saber de qué se trataba. Tenía dos policías, cuyos nombres aparecen en los reportes, que me impedían moverme. Me empujaban como si fuera un criminal.

Así que lo que supuestamente percibía pasó ese martes en la tarde. Luego me subieron en un coche y me mandaron sin decirme cuál era mi destino preciso, sin decirme lo que iban a hacer. Me encarcelaron. Me quitaron todo: ni pluma para escribir, ni posibilidad de saber lo que pasaba.

A las 3 de la mañana, después de 11 horas, supe cuál era mi "delito": cambiar tres chapas para regresar al uso natural del departamento. Pedí a un juez que me dijera cuáles eran mis derechos humanos y no respondía. Encerrado en su oficina, y así pasó el día, buscando una señal de que me iban a sacar para aclarar.

Ese silencio es terrible. Te lleva a la depresión, momentos de desesperación. Después de un solo día, piensas: "¿Soy un criminal? ¿No soy un ser humano?". Me llevaron a una celda que hoy pido a la autoridad, a los abogados, a la justicia, a los encargados de derechos humanos, que vengan a visitar. No mañana, sino ahora, y que digan si es normal, si son normales esas celdas sin regaderas, donde te ponen en silencio por horas y no te contestan.

Te dicen: "Te van a recibir mañana en la mañana", y pasa el día, y te reciben a las 9 de la noche. Pero no tenía la posibilidad, no tuve la posibilidad de decir que, en general, la violencia con seis policías, que nunca promovieron el diálogo, fue innecesaria. Cuando no hay diálogo, hay hielo.

Trataba de explicar que estábamos en un proyecto para México, un proyecto de asociación civil, de abrir las rutas de la paz, de hacer café por la paz, de observar el torneo por la paz, de diplomado por la paz, de estar en ese lazo internacional con la ONU para presentar y llegar a un pasaporte diplomático de la ONU.

Nadie me escuchaba. Yo tenía que seguir hasta con mis abogados. Tuve que seguir un proceso penal por haber hecho algo "horrible": cambiar una chapa. Nunca poder dialogar. De hecho, los expertos saben que Norma estaba en la casa todos los días, que debía mantenerse alejada de mí, pero se acercaba todos los días.

Todos los días decía mi abogado: "No te das cuenta de lo que está pasando". No sé cómo llegué a ese nivel. Todos los días estaban aquí para impedirme trabajar. Se iba a un trabajo que nunca se podía verificar. Hay facturas de sus trabajos y siguen, etc., para lograr que es una ama de casa y que eso significa más dinero.

En serio, se tiene que investigar también la responsabilidad, no solo de la autoridad, sino cómo se hizo esto. ¿Cómo llegaron a enviar seis policías para mi pobre persona? Ni tengo fuerza para resistir aún.

El viernes nos levantaron muy temprano, alrededor de la una de la mañana, para llevarnos al reclusorio del oriente. Yo no sabía ni dónde era. Con mis compañeros, con Víctor, que pasó tantas horas sin poder declarar y que se quedó encerrado todo el tiempo. Nos llevaron, hacía frío.

Nos tomaron la foto tradicional. Si se pudiera recuperar, sería genial. Sí, es la primera vez que me pasó algo así. Pensé que nunca me iba a pasar, pero así uno se convierte en víctima, incluso siendo un hombre de paz.

Ese día, al menos veinte guardias me preguntaron: "¿Qué le hiciste a tu esposa? ¿Qué violencia cometiste contra ella?" Veían mis parches contra la violencia, contra la guerra, y decían: "¿Tú, hombre de paz? ¿Qué haces aquí?" Y yo les decía: "Te lo pregunto yo".

Me quitaron el suéter de mi papá, que me regaló cuando falleció. Lo tomaron, y les dije: "¿Saben lo que están haciendo? Por favor, déjenme ese suéter". Pero no, lo tomaron y, con una sonrisa, lo pusieron en la bolsa. Ese suéter llevaba cuarenta años de historia con mi papá. Muchas gracias, eso nunca lo voy a perdonar.

Luego comenzó todo el proceso de ingresar al reclusorio. Nos empujaban. Lo más triste es que nos trataban como animales. Y bastantes personas con quienes llegué salieron libres, como yo, esa misma noche. Eso demuestra que ese trato se da a personas que no hicieron nada.

Por eso, en nombre de ellos, estoy llevando este caso. Espero que, si alguien tiene algún sentido de promover los derechos humanos, desde ahora se investigue lo que está pasando en la Ciudad de México. Nadie se puede creer que están respetando los derechos humanos. No hay servicio, ni administración, ni nada.

Después seguimos. Nos encontramos con rehenes de la cárcel, como 200. Ellos llegaban con ropa caliente, con cobijas, y a nosotros nos habían quitado todo. Nos dejaron así. Los rehenes esperaban pacientes. Pasamos horas sin noticias, sin nada. Después de estar sentados en el suelo, algunos se pusieron sobre cartones para calentarse.

Un guardia me preguntó: "¿Qué hiciste?" Le respondí: "Nada. Es una historia de cambiar chapas para poner la casa como siempre ha sido". Luego nos pusieron en celdas de ocho personas. Mis compañeros se sentaron sobre cartones; no había lugar para descansar. Y cuántas veces escuché: "¿Tú, hombre de paz, qué hiciste?"

Por eso, hoy lunes, la gente va a saber que soy un hombre de paz. Luego nos llevaron de nuevo a las celdas. Nos hicieron firmar documentos diciendo que fuimos tratados bien, pero no tienes la posibilidad de escribir tu defensa, de escribir nada. Para un escritor, eso es un castigo.

Me quitaron mis medicinas. La embajada de Francia intervino, pero ya habían tirado mi insulina a la basura. No había comida. Vi cómo algunos lograban conseguir algo, pero yo no. Cuando dije: "Tengo una baja de azúcar, necesito comer", nunca llegó ayuda. Un guardia me prometió un café, pero nunca regresó.

Así fue como llegué a la audiencia: sin haber comido, sin haber podido preparar mi defensa. Solo después me permitieron comer y hablar quince minutos con mi abogado. Pero eso no fue suficiente para planear una estrategia.

No me escuchaban. Me miraban como si no existiera. Traté de explicar que soy un hombre de paz, que siempre propuse conciliación. Pedí a Norma, durante años, que me dijera qué quería, y nunca me contestaba porque no podía decirme la verdad: quería mi dinero.

Hoy, pido justicia. Pido que se abran los ojos. Este no es solo mi caso. Es el reflejo de un sistema que necesita ser revisado.


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